Mallorca: Touriste
Por Armelle Maudet
Turistas: estresados, malhumorados. El personaje sube al bus protestando, arrastrando las piernas. Viene del país de los Galos, tan amado, tan odiado por algunos turistas. Viene de París, la ciudad luz, la ciudad de los atentados, la ciudad de los enamorados. Viene de uno de esos barrios bien ubicados, donde la gente tiene lo que tiene que tener: dinero, profesión, una résidence sécondaire, pero sin don de gentes. Sube reclamando usar un boleto vencido, protestando por el dolor de no hacerse entender en su media lengua. Tiene que pagar uno nuevo, en plus! Insulta al chofer ofrece una explicación coherente en su mejor español, como quien se sacude el yugo. Para mí, ¿una oportunidad para hablar con alguien? No, está bien el silencio.
Sin embargo, el destino me juega una mala pasada, a los dos minutos: je peux m’asseoir? Y está sentada a mi lado hablándome como si fuera mi amiga de toda la vida. Habla mal del conductor, un con, que ya ha insultado. Sigue protestando por la injusticia de no poder usar su billete, ya que le han asegurado que podía hacer- lo más tarde, que ya lo ha pagado antes, que nunca le ha pasado algo así. Yo, poniendo paños fríos, que estamos de vacaciones, que no vale la pena estresarnos, que es un hermoso lugar, en una isla española en medio de la montaña. Pero ella sigue protestando, hablando de lo mal que ha sido tratada, cuando es ella quien ha insultado al chofer. Por su parte, este, al ver que yo hablaba el idioma foráneo, me explica lo sucedido desde su punto de vista. Es lo mismo que le expliqué a ella, que lo compromete a él no pagando el pasaje, que él le ha dicho antes que podía bajarse para tomar otro bus y seguir camino, y no bajarse allí y volver a subir con el mismo billete.
Ella, un poco más calmada, me pregunta si soy francesa, ¿de dónde? Sorprendida y decepcionada, comenta que ha conocido la Argentina, que le gustó: un beau pays. Hablamos de temas inherentes a nuestros respectivos países, presidentes, economía, inmigración. Al ver que no coincidimos, demasiado de acuerdo con que Francia ya no es lo que era, ¡por suerte!, decidió bajarse en el pueblo. Abruptamente y sin despedirse, el personaje baja, y no en el puerto que es el destino final por el que ha pagado.
Me quedo charlando con el chofer, que no puede creer lo que ha pasado, él que ni siquiera con la mujer se pelea, de cómo son los turistas, de alguna gente que no puede disfrutar de sus vacaciones, yo, de cómo los franceses son protestones y están siempre disconformes.
Y al día siguiente un amigo argentino que vive hace mucho en España, me regala el libro Un invierno en Mallorca de George Sand. Al comenzar a leerlo encuentro la nota y recuerdo el encuentro con la francesa, y me pregunto entonces con François Rollinat: «¿Por qué viajar, entonces, si no estamos obligados a ello?» G. Sand explica luego de su viaje a Mallorca: «Es que no se trata tanto de viajar como de partir; ¿quién de nosotros no tiene algún dolor que distraer o algún yugo que sacudir?» ¿Qué dolor tenemos y qué yugo queremos ocultar?