Sierra de la Ventana: Alturas de Buenos Aires
Por Gustavo Feder
Una de las grandes satisfacciones que me da mi actividad de editor de una revista de autos es que cada tanto las automotrices instaladas en el país me prestan autos para probarlos. Y nada mejor que ponerlos a prueba devorando kilómetros en nuestras rutas. Mayor la distancia, mayor el placer.
Con Gabriela, mi compañera, tenemos un extenso listado de lugares para visitar. La mayoría en la provincia de Buenos Aires, pero otros también en algunas provincias limítrofes. Solo es cuestión de confirmar un nuevo préstamo para ver con qué auto vamos al próximo destino.
En octubre de 2018 nos inclinamos por Sierra de la Ventana. Con casi 600 kilómetros, era el más largo de todos los viajes y uno de los más anhelados de la lista. Semejante distancia ameritaba una estadía de dos noches, como mínimo.
Luego de algunas gestiones, Renault nos confirmó la disponibilidad de un Nuevo Kangoo Stepway, la versión más equipada y confortable del exitoso utilitario del rombo. Confirmado el móvil, solo quedaba hacer las reservas y planificar la salida.
Tras la ruta de Salamone
En los papeles, el viaje desde CABA a Sierra de la Ventana insume unas siete horas, pero nuestra hoja de ruta incluía una parada programada a mitad de camino: Azul.
A 300 kilómetros de nuestro punto de partida, esta ciudad del sudoeste bonaerense atesora entre sus atracciones turísticas obras del genial arquitecto ítalo-argentino Francisco Salamone.
En 2002, y de pura casualidad, supe de la existencia de Salamone y de sus trabajos en una muestra fotográfica en el Centro Cultural San Martín. Quedé impactado por el monumentalismo de las construcciones que contrastaban con la inmensa planicie de la pampa bonaerense. Para darle más dramatismo, las fotos exhibidas fueron tomadas de noche. Entonces, no imaginé la trascendencia que sus realizaciones tendrían cuando una década más tarde comenzaron a ser reconocidas por entidades de arquitectos del país y el exterior.
“La Ruta de Salamone” es una propuesta de estas entidades que invita a recorrer sus construcciones realizadas en la segunda mitad de los años 30 a lo largo de distintas ciudades de la provincia por iniciativa del gobernador Manuel Fresco. En este viaje, nos propusimos hacer una parte.
En Azul, sus realizaciones más importantes son la plaza San Martín y el portal del cementerio. La plaza se destaca por las baldosas dispuestas en zigzag y en tres colores (beige, blanco y negro) que genera un efecto dinámico y vertiginoso. Salamone diseñó también las farolas y los bancos.
El portal del cementerio es verdaderamente intimidatorio. El Ángel Vengador se dispone firme y autoritario delante de una imponente tipografía materializada en roca con las iniciales R.I.P. (Requiescat In Pace) del réquiem cristiano. Completan la escena las llamas del fuego del infierno.
Frente al cementerio está el Centro de Interpretación donde se puede conocer más en profundidad la obra de Salamone, no solo la realizada en Azul, sino en toda la provincia.
Aprovechamos la parada en esta ciudad para repostar combustible y almorzar liviano. Nos despedimos del arquitecto, pero solo por un rato.
Rumbo al sur
Después de un breve descanso pusimos marcha hacia nuestro destino final. Para quien tenga como punto de partida la ciudad de Buenos Aires, el manual indica tomar sucesivamente las rutas 3, 51 y 76 hasta llegar a destino, pero mi amigo Sebastián, quien desde hace años se estableció en las sierras, me alertó sobre el desastroso estado de la 76 y me aconsejó como alternativa seguir por la 51 hasta la 72. Son unos kilómetros más, pero es a cambio de preservar la integridad del auto y, nada menos, que nuestras vidas.
Sin embargo, esta variante ofrecía otra ventaja. Poco antes de llegar a Sierra de la Ventana ingresamos a Saldungaray. Sobre el margen izquierdo de la ruta 72, apenas cruzando el arroyo Sauce Grande, nos encontramos con el cementerio cuyo portal es una de las obras más descomunales de Salamone.
Detuvimos la Kangoo a unos metros y bajamos a tomar las primeras fotos. La imagen del portal la había visto muchas veces en las tantas webs consultadas que rescatan la obra del talentoso arquitecto, pero contemplarlo en primera persona es una experiencia escalofriante.
Debo reconocer que, a pesar de no ser un hombre de fe, me sentí fuertemente conmovido frente a la representación de la cabeza del Cristo doliente empotrada en la intersección de los ejes de la cruz. Impone tanto temor como respeto. Contemplarla es sentir su dolor. Una genialidad expresiva al servicio de la fe. En este caso, el mérito es del escultor Santiago Chiérico.
El impactante pórtico está caracterizado por un círculo de 20 metros de diámetro con un fondo de cerámica azul que representa al cielo y sobre el que se despega la silueta de la cruz.
Estuvimos un rato largo completando tanto la magnitud de la obra como disfrutando de la paz que ofrece el paisaje serrano del sur de Buenos Aires.
Antes de que cayera la noche, nos pusimos en marcha para recorrer los nueve kilómetros que nos quedaban hasta Sierra de la Ventana.
La oferta hotelera de esta ciudad es variada. Por recomendación de Jorge, un compañero de trabajo de Gaby, nos hospedamos en “La Flor Azul”, una cálida cabaña de madera ubicada en Villa La Arcadia, la zona residencial de la ciudad. El lugar es amplio, cómodo, limpio y muy prolijo. La atención de Silvia, su dueña, inmejorable. Los desayunos, preparados por ella, totalmente recomendables.
Llegamos al atardecer y luego de bajar las cosas del auto, acomodarnos y bañarnos, salimos a cenar. La oferta gastronómica de Sierra de la Ventana se aglutina en la céntrica avenida San Martín. Silvia nos había recomendado “El molino de la casa azul”. El lugar se veía muy bien y la mucha concurrencia ameritaba suponer que la atención y la comida serían buenas. Pero había que hacer cola y esperar. Estábamos cansados después de tanto viaje y optamos por una opción más sencilla, cuyo nombre no recuerdo. Un lomito con fritas y una gaseosa fue la alternativa. Más que estándar para la primera noche.
Turismo aventura y mucho más
Al día siguiente nos levantamos muy temprano. Los atractivos turísticos de la propia ciudad y sus alrededores son muchos y dos días, como era nuestro plan, serían escasos para abarcarlos en su totalidad. Priorizamos la visita al Parque Provincial Ernesto Tornquist y las recorridas urbanas por Villa Ventana y Tornquist, la ciudad cabecera del distrito.
Para quienes disfrutan del contacto con la naturaleza, las largas caminatas recreativas, el trekking y el eco-turismo, el Parque Provincial Ernesto Tornquist es una alternativa más que válida. Desde Sierra de la Ventana son apenas 22 kilómetros por la Ruta 76, a través de un trayecto visualmente muy atractivo emplazado en pleno corazón del Sistema de Ventania. El paisaje es muy similar al que se observa sobre la ruta 226 entre Mar del Plata y Balcarce. En realidad, se trata del mismo sistema, aunque las sierras del sur bonaerense son mucho más altas. De hecho, allí se encuentra el cerro Tres Picos que con sus 1239 m es la cumbre más alta de la provincia de Buenos Aires.
Dentro del parque se puede optar por un amplio abanico de actividades y recorridos de diferentes duraciones y esfuerzos físicos. Hay senderos guiados y auto-guiados. Se debe tener en cuenta que el parque cierra a las 17 horas y hay recorridos de hasta seis horas (ida y vuelta), por lo tanto, sugerimos planificar con anticipación la actividad. Disfrutarlo plenamente demanda, como mínimo, dos visitas.
Como no disponíamos de mucho tiempo y, a decir verdad, lo nuestro no es el turismo aventura, optamos por hacer dos simples recorridos. El primero fue subir al cerro Bahía Blanca, un recorrido de unas dos a tres horas (ida y vuelta) de esfuerzo físico moderado. El acceso a este cerro se encuentra en la primera de las dos entradas al parque si uno viene desde Sierra de la Ventana.
Luego de recorrerlo un rato nos detuvimos sin hacer cumbre (los últimos metros se hacen complicados para quien no está acostumbrado a estas actividades). Optamos por disfrutar de la imponente vista panorámica y tomar unas fotos. Respiramos profundo el aire puro de las alturas y descendimos.
Tomamos otra vez la Ruta 76 en dirección a la segunda entrada distante a unos cinco kilómetros. Antes de llegar nos detuvimos en el Mirador del Casahutí para contemplar la sierra con la apertura en forma de ventana que da nombre al lugar. Aprovechamos la detención para almorzar frugalmente y seguimos viaje.
En la segunda entrada están las atracciones y senderos más intensos. “Hueco de la ventana” es la opción tope de gama. Es un recorrido guiado de hasta seis horas de duración de gran esfuerzo físico que culmina en la mismísima “ventana”. La alternativa intermedia es el sendero “Piletones naturales” de hasta tres horas de duración y esfuerzo físico moderado. Por último, nos queda la “Garganta olvidada”, de 1 hora ida y vuelta y menor esfuerzo físico. Obviamente, esa fue nuestra opción. Es un recorrido entre las piedras bordeando un arroyito que nos guía hasta una especie de garganta de rocas. Allí finalizó nuestra visita al parque.
Seguimos viaje por la 76 rumbo a Tornquist, el centro administrativo y político de la zona. Como suele ocurrir en los casos donde la atracción se concentra en las zonas turísticas, las cabeceras son pequeños pueblos donde solo se encuentran los edificios administrativos, la iglesia, el Banco Provincia, algún teatro municipal y no mucho más.
La plaza de Tornquist es de lo más ecléctico que encontré desde el punto de vista urbanístico. Presenta una mezcla de estilos a priori irreconciliables. Por un lado, el conservadurismo de Carlos Thays que diseñó sus jardines y senderos donde no podía faltar, obviamente, las palmeras, un lago con cisnes y unos puentes para cruzarlo. Por otro, el monumentalismo del palacio municipal que lleva la firma de nuestro admirado Salamone. Por si faltaba algo a la ensalada de estilos, el arquitecto diseñó los bancos y farolas que equipan la plaza. Para contribuir a la confusión general se suma la Iglesia Santa Rosa de Lima, de estilo neogótico, construida con piedras de la zona y emplazada en el centro del eje principal de la plaza.
A pocos metros de la Iglesia se erige el monumento a Ernesto Tornquist, el polifacético empresario que fundó, en 1905, la ciudad que hoy lleva su nombre. La obra representa a Don Ernesto sentado sobre una mullida y lujosa silla con las piernas cruzadas y controlando el entorno con expresión altiva y segura.
Una de las curiosidades de la ciudad es el circuito “Historias de Redento”, integrado por 9 carteles en los que se reflejan, con humor e ironía, historias acontecidas en ese terruño del sur bonaerense. Estas historias fueron relatadas a sus nietos por el recordado vecino de esa ciudad, Redento Musso. Los carteles han sido emplazados en diferentes lugares del casco urbano y relatan sucesos de naturaleza política, policial y hasta tragedias amorosas.
Como hago en todos mis viajes por los pueblos del interior, recorro a pie sus calles para cazar algún tesoro de arqueología automotriz. Un Renault 12 TL de los 80 y un Falcon Ghia de 1982 fue el magro resultado de la expedición. Cuando volvía hacia el Kangoo, resignado y con la cámara apagada, un inmaculado Rastrojero NP63 verde me devolvió el alma. Lucía su caja de madera original y algunas de sus ruedas estaban cubiertas por las cromadas tazas con el logo RD en su centro. Por supuesto, el rastrojo estaba abierto y con las ventanillas bajas, inequívoca señal evidente de lo distinto que aun se vive en algunos pueblos del interior de Buenos Aires y del resto del país.
La recorrida por la ciudad de Tornquist concluyó con la visita a la estación ferroviaria que fuera inaugurada en 1883 como parte de la extensión del ramal Olavarría-Bahía Blanca del histórico Ferrocarril del Sud (FCS). La estación luce semi abandonada y su andén está ambientado por coloridas pinturas de estilo rupestre.
En la actualidad circulan trenes de carga del Ferroexpreso Pampeano que transporta granos hacia el puerto de Ingeniero White en Bahía Blanca. El servicio de pasajeros de Ferrobaires, que cubría el trayecto Constitución-Bahía Blanca vía General La Madrid, fue desactivado en 2016 y retomado tiempo después por Trenes Argentinos.
A solo 76 kilómetros de Bahía Blanca, Tornquist fue el punto más extremo de nuestro recorrido. De allí, emprendimos la vuelta hacia Sierra de la Ventana por la ruta 76 con escala prevista en Villa Ventana, el más pintoresco centro turístico de la zona. Nuestra visita fue muy breve, lo suficiente para conocer el lugar, tomar algunas fotos y hacer un breve descanso al pie del arroyo Belisario. Nos quedamos con ganas de más, pero no había tiempo.
Recorrida urbana y regreso
Al día siguiente nos levantamos muy temprano. Volvíamos a Buenos Aires y el plan era recorrer un poco más la ciudad y sus alrededores antes de emprender el regreso.
Hicimos una recorrida por Villa La Arcadia, nuestro lugar de residencia. La villa está separada de Sierra de la Ventana por el río Sauce Grande, límite que a su vez separa a los partidos de Coronel Suárez y Tornquist. Es una zona absolutamente residencial, poblada de cabañas, que ofrece el marco ideal para quienes buscan alojarse en contacto con el verde y el canto de las aves. Sus calles de tierra, la mayoría de trazado sinuoso, enmarcadas en una profusa arboleda proponen caminatas.
Villa La Arcadia y Sierra de la Ventana están vinculadas por dos puentes, uno vial y el otro ferroviario. Este último, conocido como Puente Negro, fue construido a fines del siglo XIX y forma parte del ramal Pringles del Ferrocarril Roca que vincula Buenos Aires con Bahía Blanca.
Con el cierre de Ferrobaires, el servicio de pasajeros a Sierra de la Ventana pasó al olvido. Sin embargo, la vieja estación del Ferrocarril del Sud, inaugurada en 1908, no fue cerrada sino reconvertida en museo, en tanto que el municipio de Tornquist consiguió que se mantuviera abierta para la venta de pasajes para la línea La Madrid.
El ramal hoy lo utiliza la empresa Ferrosur que transporta los productos del Polo Petroquímico Bahía Blanca hacia los centros industriales de la provincia de Buenos Aires y hacia diversos puertos desde donde se los envía a los mercados de exportación.
El escaso transito ferroviario hace que muchos residentes y algunos turistas utilicen el pintoresco Puente Negro para cruzar el río Sauce Grande caminando a través de las vías del tren. Nosotros, obviamente, también lo hicimos.
La última escala de nuestro recorrido era Saldungaray. Dimos una breve pasada por su estación (inactiva pero al menos cuidada) y nos acercamos hacia un punto de valor histórico: el Fortín Pavón. Esta construcción militar de adobe y paja fue realizada en tiempos de Rosas. El fortín está estratégicamente ubicado sobre las barrancas del Sauce Grande y desde allí se puede disfrutar de una impactante vista panorámica. Detrás del fortín sale una calle que nos permite descender hasta el río mientras nos acompaña una colorida colonia de bulliciosos loros barranqueros.
Saldungaray es una ciudad de muy pocas manzanas, pero afortunada de atesorar en ellas obras de Salamone. Nos quedaba por ver el mercado, la delegación municipal, la Plaza Independencia y el matadero. Las tres primeras están en el casco urbano, mientras que para el matadero hay que hacer casi dos kilómetros por un camino de tierra paralelo al Ferrocarril. Su estado es de abandono, nos decepcionó.
Otra de las atracciones de Sandulgaray son las bodegas, pero no tuvimos tiempo para visitarlas. Nos quedaban más de 600 kilómetros y 10 horas de regreso. El último tramo por la Ruta 3 -al momento de hacer el viaje en plena repavimentación- resultó verdaderamente tortuoso.
Más allá de este detalle, la experiencia fue sumamente placentera. Sierra de la Ventana y sus alrededores ofrecen múltiples opciones para disfrutar y dos días nos dejó sabor a poco. Recomendamos un mínimo de tres, pero todo dependerá de la disponibilidad de tiempo y la profundidad del bolsillo. Su diversidad geográfica, histórica y arquitectónica lo amerita.
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